Copa del Mundo 2026: El impacto y las perspectivas de las sedes mexicanas

Mié, 13 Jun 2018
Académico y experto en megaeventos afirma que existe una oportunidad de ver el evento deportivo de manera holística
  • La candidatura conjunta de Canadá, México y EU fue elegida por los miembros de la FIFA para organizar el Mundial de 2026 (Tomada de @fifacom_es).
Por: 
Mtro. Miguel Ángel Lara*

De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo y la nueva agenda urbana a nivel internacional, se reconoce el papel de las ciudades como catalizadores del desarrollo, humano, físico, mental y social de las personas. No sólo sostenibles, sino resilientes para modificar entornos que favorezcan dichos puntos. Con la designación de Estados Unidos, Canadá y México como coorganizadores de la Copa del Mundo del 2026, las perspectivas para el país no son halagadoras. Para empezar, sólo se recibirán 10 partidos y las ciudades designadas —Monterrey, Guadalajara y Ciudad de México— serán anfitrionas de un 11% del megaevento deportivo.

El reciente interés global por el desarrollo inclusivo y de políticas que favorezcan la equidad en todas sus vías, no sólo de género sino de equidad social para con niñas y niños, adultas y adultos mayores, aún no tienen cabida en las tres ciudades mexicanas designadas para cobijar una pequeña parte del Mundial 2026, gobernadas por la torpeza política, la falta de planeación urbana (lo cual sugiere un involución en políticas inmobiliarias), la voracidad de las empresas desarrolladoras de inmuebles que, cobijadas por la corrupción, sólo construyen para un interés, dejando de lado al resto de la población, y la falta de políticas públicas que siguen empobreciendo el entorno urbano, ahogando la movilidad, vehicular, peatonal y social.

Tanto Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México han mostrado un reciente interés por incluir políticas que favorezcan nuevos entornos de movilidad, inclusión y desarrollo urbano, lamentablemente, ha quedado sólo en el interés y en iniciativas ciudadanas que si bien es cierto son importantes, todavía no son suficientes porque no han contado con suficiente apoyo gubernamental, que a regañadientes, por ejemplo, ha incluido el uso de la bicicleta como instrumento para alcanzar las transformaciones perseguidas por la nueva agenda urbana.

Esta agenda incluye el uso de energías limpias y renovables para afrontar los retos de la contaminación por combustibles fósiles, políticas que favorezcan la construcción de infraestructura amigable con el entorno, educación de calidad e inclusión social a todos los niveles. Esto no está pasando en estas tres ciudades mexicanas elegidas para coorganizar la Copa del Mundo de 2026.

Una prospectiva del propio BID nos habla que el crecimiento del PIB de cada ciudad para el 2026 será apenas del 2.0%, tomando en cuenta que las tres son el eje de crecimiento del país. Otro entorno, será la relación económica-política que tendrá México con sus vecinos del norte, tras la posible cancelación del Tratado de Libre Comercio (TLC), los flujos migratorios y el nuevo proteccionismo que ya se dibuja entre la economía de los próximos viejos socios comerciales, que seguramente afectará la economía de las tres ciudades.

En cuanto a infraestructura urbana-deportiva, las tres ciudades cuentan con aeropuertos, vías de acceso y suficiente hotelería para recibir a las selecciones y sus seguidores. Sin embargo, ¿en qué condiciones de competitividad global los van a recibir? ¿Cuáles puede ser los impactos y los legados que dejará esta mini-Copa del Mundo para las tres ciudades mencionadas y el país? Y de ser así, ¿cuánto tiempo durarán y en verdad se aprovecharán? Un país que vive sus peores años de violencia estructural y simbólica, ¿puede ser anfitrión de un evento así? Un país que está a punto de ver como colapsa su economía, ya sea por factores internos o externos y que no ha sido capaz de sacudirse la codependencia económica de Estados Unidos por muchos años; que nos ha mantenido en una especie de ‘modernidad-primitiva’, porque no hay ejes de desarrollo estratégico, político y social que nos pongan como una nación realmente transformadora, ¿debe recibir un evento así?

El objetivo de coorganizar esta mini-Copa del Mundo debe ser la vinculación de la distribución de la riqueza, de las oportunidades para utilizar inteligentemente espacios hipervinculados a energías renovables, educación urbana y de calidad, inclusión desde dentro hacía afuera, programas que equilibren las posibilidades de desarrollo de los habitantes de esas ciudades y su vinculación con otros proyectos modernizadores e incluyentes alrededor de mundo.

Es decir, mejorar la relación de intercambio de ideas con otras ciudades del mundo, para ofrecer una mini-Copa digna, sustentable y con la idea de que cada ciudad anfitriona, tome a los legados y los impactos como una real política pública de desarrollo transformador e incluyente. Ya tuvimos tres lecciones donde los impactos fueron más dolorosos que los legados: Juegos Olímpicos del 68, que a cincuenta años de su realización, la Ciudad de México ni tiene el desarrollo deportivo que pensó, ni tiene las políticas transformadoras que se prometieron, pues el desarrollo urbano ha sido decadente y sus procesos de gentrificación opacos, y muy poco transformadores. De los anteriores mundiales, tampoco se ha visto un desarrollo estabilizador que tenga al país en una dinámica de avances sustanciales.

La única ciudad que no entregó el informe de transparencia financiera exigido por el Comité Olímpico Internacional por la organización de los Juegos Olímpicos, fue la Ciudad de México en 1968. Asimismo, tampoco conocemos ni por el gobierno ni por los comités organizadores de los mundiales México 70 y México 86, un informe detallado de las finanzas que significó haber organizado aquellos dos megaeventos deportivos. Curioso que dos años después del 86, se desatara la crisis de 1988.

Las tres ciudades designadas para este mini-Mundial son obscenamente desiguales. De acuerdo con el BID; desde un punto de vista cuantitativo, “la desigualdad implica que hay personas que reciben una cantidad de insumos (alimentación, dinero, hogar, etc.) desproporcionadamente menor, de algún atributo dentro de una determinada distribución como la riqueza”. Esto nos lleva a un nivel de discriminación interminable que está presente en las tres ciudades.

Recordar que por su infraestructura y sus características neoliberales, el futbol-espectáculo moderno es terriblemente inequitativo, poco incluyente y desigual. No se diga el futbol mexicano. Monterrey tiene en el BBVA un activo simbólico importante, es el mejor estadio de América Latina, moderno, ‘transformador’ y una afición sin igual, pero ¿cuál es el impacto y el legado de ese estadio en la ciudad? Lo mismo con el ‘Akron’ de Guadalajara, una urbe que empieza a tener batallas intestinas por el agua. En la Ciudad de México tenemos al legendario, vetusto y ya poco moderno Estadio Azteca, enclavado en una de las zonas más desiguales de la capital como es Santa Úrsula Coapa y con un funcionamiento superado.

El estadio, la capital del país y el futbol, para que sean ejes transformadores, necesitarían hacer un nuevo estadio, con energías limpias, techado y que obedezca simbólicamente a una realidad incluyente. El nuevo Wembley lo logró en Inglaterra porque ha sido un eje simbólico que llevó a Londres a tomar acciones de inclusión, equidad y movilidad, que inspiró a los arquitectos e ingenieros de los Juegos Olímpicos de 2012 a realizar la justa veraniega con esas características.

¿Pueden estas tres ciudades mexicanas, a partir de sus estadios de futbol, dar prioridad a los grupos sociales desfavorecidos para mejorar sus condiciones de acceso a oportunidades y a una distribución más justa de los beneficios de la sociedad. ¿Esto puede implicar la redistribución o reasignación de recursos (como subsidios) y otros procesos que pueden reducir desigualdades estructurales? ¿Serán capaces los eufóricos directivos mexicanos de entender holísticamente lo que significa organizar esta Copa del Mundo de 2026? Tenemos una gran oportunidad de que así sea.

*Mtro. Miguel Ángel Lara es académico del Departamento de Comunicación de la IBERO e integrante de la Red de Investigadores sobre Deporte, Cultura Física, Ocio y Recreación.

 

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