Cultura mexicana, profundamente racista, clasista y sexista: Rector IBERO

Mar, 5 Sep 2017
La discriminación no es inocua; deriva en restricción o negación de oportunidades
  • Mtro. David Fernández Dávalos, Rector de la IBERO.

‘Educación para la no discriminación. Una exigencia ética y política para tener derecho al futuro’
Primera de dos partes

La cultura mexicana es profundamente racista, porque discrimina a quienes no tienen la piel blanca; profundamente clasista, al tratar a los pobres con inferioridad y de manera distinta a quienes tienen una situación económica satisfactoria o alta; y profundamente sexista, porque las mujeres son con frecuencia víctimas de la violencia; afirmó el Maestro David Fernández Dávalos, S. J., Rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Así lo expresó el Rector en su ponencia ‘Educación para la no discriminación. Una exigencia ética y política para tener derecho al futuro’, en la que subrayó que “racismo, clasismo, sexismo y otras formas de discriminación están muy arraigadas en nuestro corazón, y tenemos que advertirlo y reflexionarlo”.

En su conferencia, que dictó en la octava edición de 'Expo Aru’, y la cual escucharon principalmente los estudiantes, definió a la discriminación como un conjunto muy variado y amplio de distintos hechos, actitudes o prácticas sociales o institucionales, que de manera directa o indirecta, de forma intencionada o no, propician un trato de inferioridad a determinadas personas o grupos sociales por sus rasgos o atributos, que socialmente son poco valorados o estigmatizados.

Destacó que la discriminación no es inocua, ni algo superficial, pues hiere profundamente a aquellas personas que la sufren, porque va en contra de la  identidad más profunda que esa persona tiene. “Una persona que es mujer, o que no es heterosexual, o que es indígena, si nosotros nos reímos de ella, la hacemos menos y le negamos acceso a ciertos bienes o derechos, y se siente lastimada en lo más profundo”.

Asimismo la discriminación, que implica exclusión social, deriva en restricción o negación de derechos y oportunidades; como ocurre con  los indígenas, entre quienes sólo 3% tiene posibilidad de acceso a la educación superior, cuando el promedio nacional es alrededor de 38%.

Quiénes discriminan y a qué grupos

Pero quién establece la discriminación; el Mtro. Fernández Dávalos afirmó que algunas personas, generalmente blancas y por lo regular instruidas, que tienen la intención de impedir a otras que no son como ellas, el acceso a bienes, servicios y derechos, fundamentalmente por interés económico, y “por razones de poder, de prestigio, por ignorancia o por inercia; porque así son las cosas”.

De tal manera que dentro del imaginario social que se tiene en México existe una pirámide social que marca los rasgos a los que todo mundo quiere tender, y en donde para estar en la punta hay que ser: varón-blanco-heterosexual-rico-joven; y por cada uno de estos rasgos que se carezca, una persona se considera que vale menos.

Y por supuesto, en la parte más baja del aprecio social está todo lo contrario, es decir, las mujeres, no blancas, pobres y no heterosexuales; por lo que las personas más discriminadas en México son las niñas indígenas pobres, que no tienen oportunidad de acceder a la educación media superior, porque “todo el mecanismo estructural está hecho para que ellas no puedan salir adelante”.

Otros de los grupos más vulnerables que también viven la discriminación son los adultos mayores, en quienes, por ejemplo, se ve mal que continúen su formación en una institución académica, sólo por su edad; las personas con discapacidad, al no garantizarles acceso pleno a instalaciones, a lecturas y  satisfactores en general; las niñas y los niños; y las minorías religiosas o sociales. 

El Padre David Fernández abundó, por ejemplo, que en comunidades importantes de México todavía se expulsa a quienes no son católicos, por ser parte de una minoría religiosa; que los extranjeros son bien recibidos siempre y cuando sean estadounidenses o canadienses, porque si son hondureños, guatemaltecos o salvadoreños, que no son blancos, ricos, ni turistas, se les considera migrantes y se les quiere expulsar del país; y que también son discriminados los refugiados, los desplazados y las personas con una preferencia e identidad sexual distinta a la heteronormada.

Asimismo, se presentan variaciones dentro de los grupos discriminados, pues “la acumulación o la combinación de rasgos socialmente establecidos como negativos o indeseables explica la modalidad, la frecuencia y la intensidad de la discriminación”. Por ejemplo, entre las mujeres, que por género son discriminadas, lo son todavía más quienes también son indígenas.

La discriminación “son muchas actitudes, prácticas sociales, individuales e institucionales sustentadas en sentimientos de desprecio a determinadas personas o grupos por lo que son”, es decir, generalmente se desprecia a las personas “por lo que no escogieron ser, por lo que les toco ser”.

Además, la discriminación está asociada a prejuicios. Por ejemplo, el considerar en Estados Unidos que las personas de piel negra son menos inteligentes que las de piel blanca, y que por eso las primeras tienen menor rendimiento académico en las universidades; lo cual es cierto en parte, porque “es consecuencia justo de las políticas discriminadoras que han negado posibilidades de desarrollo a las personas afroamericanas”.

Y la discriminación también se observa en los medios de comunicación cuando favorecen actitudes  de desprecio al fabricar estereotipos, como el que todos los ‘jotos’ son promiscuos, o todas las lesbianas son ‘machorras’.

Finalmente, la discriminación estigmatiza a otras personas o grupos enteros de personas por considerarlas inferiores, y por lo tanto ameritan ser tratadas como si valieran menos. 

En la práctica esto conduce a omitir necesidades específicas que tienen las personas discriminadas. Por ejemplo, la necesidad  específica de las personas con discapacidad es la plena accesibilidad a instalaciones; pero si se considera que no la merecen por ser menos, entonces no se atienden sus demandas, se hacen invisibles.

Pensar que las trabajadoras domésticas no necesitan contrato ni seguro social porque se les trata ‘como si fueran de la familia’ es restringir sus derechos al invisibilizar su necesidad objetiva y específica de tener protección del Estado.

Los dos anteriores son ejemplos de recursos para restringir los derechos de estas personas y su acceso a oportunidades en condición de equidad; lo que genera una exclusión social que afecta recurrentemente a estos grupos, y que es más frecuente e intensa en quienes combinan distintos rasgos estigmatizados. Por eso es necesario generar una política de inclusión, de no discriminación, de pluralidad y respeto a la pluralidad. 

Educar para no discriminar

“Hay que entonces lanzar políticas de no discriminación y una estrategia de educación entorno de la no discriminación. Cuáles son las finalidades: incluir a estos grupos o personas que están en desventaja social, que tienen menos posibilidades de acceso a las que tienen los blancos acomodados; restituirles los derechos que les han sido conculcados; generar oportunidades especiales; y combatir los prejuicios, estereotipos y estigmas existentes en torno a condiciones, creencias, orientación o preferencias”.

“El principio rector, el principio muy básico pero muy subversivo, es que todos y todas somos iguales; nada más que eso. Y entonces que todos y todas tenemos que tener los mismos derechos y las mismas oportunidades, independientemente de nuestro origen de clase, de nuestras relaciones sociales, de nuestro color de piel, de nuestro origen racial o de nuestra orientación sexual”.

Ese es el principio de la igualdad, que no es un asunto de buenos sentimientos, sino de “poner las condiciones para que aquellos grupos tradicionalmente excluidos, discriminados, inferiorizados  e invisibilizados se empoderen y puedan transformar las cosas; de suerte que todos y todas tengamos las mismas posibilidades”.

El lenguaje de la no discriminación no es el del altruismo, porque no se trata de ser generoso, compasivo, ni asistencialista. Su lenguaje es el de los derechos, de dar a las personas que han sido excluidas las mismas oportunidades, las que socialmente  les han sido negadas.

Una política de no discriminación tiene una triple finalidad:

1. Desarticular las bases socioculturales y simbólicas de la discriminación. Hay que mostrar que ese imaginario es falso, es ideológico, no tiene fundamento en la realidad y hay que desmontarlo.

2. Construir nuevos referentes para la interacción social. Con políticas de discriminación positiva para establecer condiciones de igualdad que favorezcan la incorporación y normalización de las diferencias y la pluralidad.

3. Desarrollar competencias básicas para reconocer el derecho a la diferencia. Para no estigmatizar, ocultar, ni perseguir socialmente a quien es, se ve y piensa diferente.

Texto y foto: PEDRO RENDÓN/ICM

 

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